"La casa estudio del pintor Tapies (Josep A. Coderch de Sentmenat- 1960), es una vivienda entre medianeras que está situada en un solar alargado y estrecho del barrio de Sant Gervasi. La normativa para los edificios entre medianeras predetermina la sección en L del edificio, a la que se adapta perfectamente el programa: en la planta baja se encuentran la entrada, el garaje y la vivienda del portero; al fondo, el taller de pintura, de doble altura; las dos primeras plantas están destinadas a la vivienda propiamente dicha; y finalmente, una planta intermedia con terrazas aísla la planta superior, donde se encuentra la biblioteca y un despacho. La estructura es metálica y se ha dejado vista y pintada de color blanco; los muros interiores son de ladrillo visto. La fachada a la calle está definida principalmente por la estructura metálica blanca, cerrada con persianas Llambí de madera blanca y placas de fibrocemento. La puerta del garaje es de madera pintada de marrón oscuro. El taller de pintura recibe iluminación cenital a través de unos lucernarios de plástico, protegidos por dentro con un techo de lamas orientables de madera blancas. Los muros de ladrillo quedan interrumpidos por los pilares metálicos, sobre los que se han fijado las lámparas. La biblioteca es un volumen completamente opaco a la calle, retrasado de fachada y diferenciado de las dos fachadas. Esto permite que las fachadas parezcan más bajas, recuperando la escala del barrio y de las casas existentes.
El 6 de febrero del 2012 el artista Antoni Tàpies falleció en su casa situada en el número 57 de la calle Saragossa, la misma que cincuenta años antes le había construido José Antonio Coderch. Teresa Barba, su mujer, sigue viviendo allí, acompañada por la gata Mina, guardando la intimidad y el recuerdo.
Decenas de obras descansan en el taller de la planta baja. Una gran cruz negra sobre fondo blanco y una gran aspa, también negra sobre fondo blanco, están apoyadas sobre la pared del fondo. Son símbolos básicos del alfabeto Tàpies.
Teresa ha logrado que en este taller el tiempo permanezca suspendido. Todo parece listo para la reaparición del artista. En un tablón apoyado sobre dos caballetes aguardan sus utensilios de trabajo. Hay una brocha y un cúter, tubos de pintura al óleo, cepillos, un punzón y una llana. También un envase de talco para la piel. A su lado permanece la silla de director que utilizaba . Debajo de la escalera que sube al altillo, ordenados en cajas de cartón, hay aerosoles de varios colores, mantas y cuerdas, los materiales humildes que tan importantes eran para él, la paja, los calcetines, las zapatillas, el esparto y la estopa. Son objetos imprescindibles para la vida humilde. A Tàpies le fascinaba la complejidad que se escondía detrás de su aparente simplicidad.
La luz entra por los lucernarios de plástico y las ventanas de un patio interior.
Coderch diseñó una casa encerrada en sí misma, con una fachada humilde, casi invisible, como si fuera un lienzo virgen, y un interior que parece un exterior, lleno de luz natural y cenital, de plantas en sombra.
El arquitecto pasaba una mala época cuando recibió el encargo en 1960. Nadie le pedía nada. Tàpies, por el contrario, estaba en la cumbre de su creación. Gracias a esta casa, Coderch pudo salvar su estudio y Tàpies consolidar su carrera artística, el informalismo matérico, la vanguardia cultural en el erial franquista.
Sobre el estudio de doble altura se levantan cuatro plantas. En la primera se encuentra la sala de estar, la cocina y el comedor. Los dormitorios ocupan la segunda y la tercera, y arriba de todo, retranqueada sobre la fachada, Coderch situó la biblioteca, como si fuera una cabeza cuadrada, el cerebro que acumula el conocimiento.
A Tàpies le apasionaban los libros. Le venía de familia. Era un artista intelectual, atraído por la mística oriental, el hinduismo y el budismo, el simbolismo y el poder de los sueños. Leía mucho y leía bien. Acumuló un saber enciclopédico y adquirió una visión global del mundo. El conocimiento le llevó al compromiso con los valores del progreso humano.
Un centenar de museos repartidos por todo el mundo tienen obra de Antoni Tàpies, un artista fundamental para entender el siglo XX. Vivía en una casa que le inspiraba tanto como las fábricas y las barriadas, el gótico y el modernismo catalán. Le interesaban más las almas que las masas
Once años después de su muerte, la esencia artística de Tàpies, que no es otra que la esencia de la vida y la cultura, es evidente en la casa de la calle Saragossa.
La vivienda es hoy más tranquila y profunda, más pobre y matérica, también más enigmática que hace diez años.
La materia arquitectónica de Coderch se funde con la materia artística de Tàpies. Casa y obra han aceptado vivir en matrimonio.
El tiempo ayuda a cimentar la unión. Los muros de ladrillo visto conservan el brillo del barniz, pero los grandes ventanales del patio están sucios y las láminas de madera que, colocadas bajo el techo tamizan la luz que llega al taller, han perdido la blancura original.
Nada está muy limpio, pero todo sigue igual. Se respira una calma trascendente, intemporal, similar a la que transmiten los lienzos que todavía aguardan un destino fuera del taller.
Margarita Burbano, la antigua secretaria del artista, nos indica una de las últimas obras, realizada, seguramente, en el 2011. Es un autorretrato sobre plancha de madera. La cara es un ungüento de color caramelo. Está deformada y sufre. El ojo y la oreja duelen de solo verlos. El artista se ha cosido los labios con su propia firma en color negro y encima de una cruz también negra ha colocado tres siglas enigmáticas: C-P.E.
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