Cuando en 1924 Gargallo se instaló definitivamente en París, inició uno de los períodos más interesantes de su carrera artística por lo que supuso de experimentación de un lenguaje propio que culminaría en obras como La gran bailarina, de la que existen tres versiones. Gargallo utilizó unos cartones recortados a partir de los cuales podía cortar las piezas de metal, en este caso de hierro, y ensamblarlas después. La escultura combina la estética realista con soluciones propias del cubismo e incorpora el espacio vacío como elemento de volumen.
París, 1929
123 x 70 x 50 cm
Adquisición, 1972
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