viernes, 10 de enero de 2020

08/01/2020 Buscando el Palau Reial Major VIII: El escudo de la Inquisición

"Cuando el Palau Reial albergaba al tribunal de la Inquisición de Barcelona


Entre sus paredes se perseguía con saña a los judaizantes y a los disidentes de la religión oficial

En la fachada del actual Museu Marés, en la calle del Bisbe, queda este recuerdo de la Inquisición, su escudo, que ya casi nadie identifica. Tras los muros se asentaba este tribunal, que nunca fue del agrado de los barceloneses.
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Pocas instituciones tienen en su currículum el haber sido abolidas cuatro veces, y todas entre la alegría de la mayoría de los ciudadanos. La Inquisición fue activa en Barcelona desde el siglo XII al XIX, entre el desdén, cuando no terror, de los barceloneses y la poca atención de sus autoridades. Uno de los edificios emblemáticos hoy del Barri Gòtic la albergó, y a pesar del poco rastro de queda de ella, en la fachada permanece el escudo del Santo Oficio, curiosamente uno de los mejores conservados de España.
Los expertos en la historia de la ciudad reconocen que existen grandes lagunas sobre la Inquisición en Barcelona, que tal vez obedezca precisamente a la repulsa que causa su recuerdo. La Inquisición era un tribunal aparte de los tribunales, con sus propios procedimientos y su lenguaje particular y maniqueo. Relajación era el término que se aplicaba a la pena máxima que imponía, y no era más que un eufemismo: al ser una autoridad religiosa, no podía matar, pero si exigir que quemaran vivos a sus reos, de lo que se tenían que encargar entonces las autoridades civiles. Y en cuanto al auto de fe, era la ceremonia pública en el que el reo abjuraba de sus pecados en público para reconciliarse con la Iglesia católica. El erudito Henry Kamen ha dejado escrito sobre ellos que "lo que comenzó como un acto religioso de penitencia y justicia acabó siendo una fiesta pública más o menos parecida a las corridas de toros". Su procedimiento habitual para encontrar una culpabilidad era la tortura, aunque, es justo decirlo, no era superior a la que se infligía por parte de los tribunales ordinarios, que por aquel entonces tampoco manejaban conceptos como presunción de inocencia o derechos civiles.
La historia del Santo Oficio arranca a finales del siglo XII, dependiendo del Papa. En estos tiempos ya estaba presente en Catalunya, bajo la Corona de Aragón, y sus máximas preocupaciones eran las herejías cátara y valdense. Según Ricardo García Cárcel, el primer auto de fe aquí data de 1237, cuando 45 personas fueron reconciliadas. La situación cambió radicalmente con los Reyes Católicos, que impusieron la nueva Inquisición, cuya obsesión era si los judíos que permanecían en España se habían convertido realmente. El 5 de julio de 1487, entró en Barcelona fray Alonso de Espina, el nuevo inquisidor, rechazado por las autoridades de la ciudad, que no salieron a recibirle a pesar de que se hizo rodear de pompa y boato. El nuevo tribunal se instaló en el Palau Reial Major, donde aún hoy figura su escudo, y tuvo efectos inmediatos: 500 familias pusieron pies en polvorosa por temor al Santo Oficio, según estimaciones del Consell de Barcelona. El pavor tuvo tales consecuencias que los nuevos inquisidores se afanaron a parar naves llenas de conversos que se aprestaban a huir, por pánico al tribunal.
Espina, un hombre gris según los eruditos y posiblemente converso, no perdió el tiempo: el 14 de diciembre de 1487 ya dictó su primera condena: 52 personas (28 mujeres y 24 hombres) fueron hallados culpables de ser judaizantes. Su castigo fue ser llevados en procesión desde el convento de Santa Caterina a la catedral como penitencia. Y la institución enseguida dio muestra de su dureza: el 25 de enero de 1488 se dictaron las primeras penas capitales: dos mujeres y dos hombres fueron agarrotados en la plaza del Rei por el mismo delito, y luego sus cadáveres llevados al Canyet, donde se procedió a quemarlos.
El Canyet (que estaba en una parte de lo que es ahora el Poblenou) era una zona inhóspita fuera de las murallas y el lugar donde se arrojaban los cadáveres de los ajusticiados, y que la Inquisición escogió para finalizar su macabra puesta en escena, pues allí se levantaron sus hogueras en las que abrasar a los herejes y otros infelices que caían en las manos del Santo Oficio. El fuego era una muerta espantosa y extremadamente dolorosa, y en ocasiones quienes se veían abocados a él tenían la "suerte" de que se les diera garrote antes, para así proceder a quemar únicamente cuerpos sin vida. A veces, el brazo secular, para quedarse contento, se daba por satisfecho con achicharrar una efigie del reo, pues este había tenido la suerte de escapar antes de ser detenido.
No hay estadísticas definitivas sobre el número de vidas que segó la Inquisición en Barcelona. La llegada de los Reyes Católicos y la imposición de la Inquisición moderna desvió el punto de mira de los cátaros y valdenses a los judíos, en pro de homogeneizar la religión y el pensamiento, pero con el transcurso de los años se amplió el abanico de los perseguidos. El historiador Juan Blázquez Miguel, a quien debemos el libro La Inquisición en Cataluña, señala que, en realidad, aquí fue menos letal que en el resto de España, y aporta el catálogo de los delitos que persiguió hasta su final, entre los que está luteranos, homosexuales, brujas, bígamos, musulmanes no convertidos y hasta 79 reos por bestialismo. Incluso los libreros eran vigilados para que no difundieran obras prohibidas, que, como los hombres, también acababan en la hoguera.
En 1487, la Inquisición se instaló en el Palau Reial, donde tenía su sede y hasta trece celdas para los detenidos, según Blázquez, quien también añade que realmente eran mejores que las cárceles civiles, pues con dinero se podía comprar buena comida e incluso disponer de esclavos. Los autos de fe tuvieron diferentes escenarios urbanos: la plaza del Rei, el convento de Santa Caterina (donde ahora está el mercado del mismo nombre), el Born, la catedral o la iglesia de Santa Àgata. Blázquez apunta a que, posiblemente, la última víctima de la Inquisición en Barcelona fue Félix Duarte de Andrada, por criptojudío recalcitrante, pues ya había sido objeto de reconciliación en 1700. En 1726 se le dio garrote vil y posteriormente se quemó su cuerpo.
La Inquisición fue abolida en cuatro ocasiones: en 1808 (por Napoleón cuando invadió España, como medida reformadora), en 1813, en 1820 y en 1834, de forma definitiva. Tres veces renació de sus cenizas, cosa que no pudieron hacer sus víctimas. De esta macabra historia, en Barcelona aún queda un escudo, para recordar a tan sombrío tribunal: un Oficio no tan santo"

Ver: https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20150820/54434919614/palau-reial-albergo-tribuna-inquisicion-barcelona.html 

"El rey Martín el Humano, en los inicios del siglo XV, hizo levantar un pórtico con tres arcos de medio punto, adosado al Tinell y perpendicular a la nave mencionada. En 1487 fue ocupado por la Inquisición y en 1542 fue sede de la Real Audiencia, y para ello fue remodelado por Antoni Carbonell, que sustituyó las aberturas medievales por otros de tipo renacentista. Durante el siglo XVIII formó parte del convento de Santa Clara. La posterior restauración tendió a desplazar los elementos gótico-renacentistas reconstruyendo, a partir de los restos conservados, los grandes arcos y los ajimeces medievales. Se incorporó también la puerta renacentista, antigua puerta de la Real Audiencia.

Ver: https://www.poblesdecatalunya.cat/element.php?e=2050












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