"En el vestíbulo de la casa Bernés, en la calle Ferran, hay una librería tradicional que conserva los escaparates exteriores, con vitrinas de madera moldurada y la estructura de la estantería interior, de gran interés. Decorada con elementos barrocos y clasicistas, como las volutas o los canecillos moldurados, merecen especial atención unos frontones con cabeza de león rodeado de follaje."
Ver: https://www.poblesdecatalunya.cat/element.php?e=13449
"La insoportable ligereza de la cultura
Miquel Molina
Director adjunto
22/12/2024 08:42
No
soy cliente de la Sant Jordi, en el 41 de la barcelonesa calle Ferran.
Mi circuito habitual de librerías no incluye ese entrañable negocio,
creado en 1983 por el ahora desaparecido Josep Morales. Apenas he
entrado dos o tres veces para comprar libros, aunque siempre he admirado
desde fuera a la solera del local, la exuberante imagen de los
volúmenes apilados en cualquier rincón, y, sobre todo, el espíritu de
resistencia en una calle entregado al turismo.
Cuando se
habla de la crisis del comercio de calidad, cabe preguntarse siempre qué
hemos hecho para garantizar su continuidad los que a posteriori
lamentamos su desaparición. En este caso concreto, no he aportado mucho,
pese a que comparto el deseo de todos los aficionados a los libros que
un giro argumental de última hora entregue al local de su condena a
desaparecer.
En
Barcelona no hay una grave crisis de librerías, ya que las nuevas
aperturas compensan los cierres. Es más, en los últimos años han visto
la luz grandes proyectos en el Eixample y han configurado un nuevo y
sugerente eje libresco. Sin embargo, Ciutat Vella sí tiene un problema
importante. Las librerías, como otras tiendas de calidad, abandonan unos
barrios en los que la población local no deja de ceder espacio a los
visitantes, con lo que esto implica en la evolución de los flujos
comerciales.
Existen comercios que tienen la capacidad de ampliar
el negocio a los turistas. Una reciente visita a La Manual Alpargatera
sirvió para certificar que un local histórico y con encanto puede seguir
vivo gracias, en parte, a los clientes foráneos. Pocos restaurantes,
bares o coctelerías sobrevivirían sin ellos en una ciudad en la que los
vecinos y vecinas suelen reservar la vida nocturna al fin de semana. Y
algunos han logrado encontrar un razonable equilibrio entre clientela
fija y temporal. Sin embargo, las librerías, salvo alguna muy
especializada en idiomas extranjeros, tienen muy difícil captar este
mercado, por razones obvias.
En algún momento Barcelona aceptó
sacrificar la calle Ferran y dejar que se convirtiera en una réplica del
gentrificado Temple Bar dublinès. La desaparición de la Sant Jordi
sería una vez importante para esta vía principal, como lo fue el
traslado de la librería Documenta para la calle Cardenal Casañas o la
inexorable desaparición de las librerías de viejo para la calle de la
Palla. Todo esto, en una Barcelona donde el sector de los libros debería
ser estructural.
El problema es la precariedad endémica de la
cultura de proximidad, que tiene mucho castillo construido a base de
cartas. Comercios con encanto y que constituyen todo un dique contra la
desertización cultural del centro se derrumban por una muerte prematura o
por la codicia de un propietario tentado por una gran cadena. Hay
riesgo de que se llegue a un punto de no retorno: pequeños negocios
culturales que desaparecen porque muchos barceloneses ya no descienden a
un centro que no consideran como sede, y todavía bajarán menos si esta
tendencia se agudiza.
El Ayuntamiento ya compra locales con
encanto para buscarles un uso apropiado. No son operaciones sencillas,
pero existen ejemplos de tiendas salvadas. Ahora, sería ideal que
Bruselas regulara una protección del comercio local y de proximidad que
fuera compatible, por supuesto, con la libre competencia. De hecho, ya
pone límites a las grandes tecnológicas para que no configuren
oligopolios o monopolios. Se trataría de hacer lo mismo a pequeña
escala. El corazón de las ciudades es un patrimonio cultural europeo que
merece una urgente protección. No es cuestión de ir en contra del
progreso, pero sí de evitar que una inusual concentración de intereses
económicos modele el destino de los centros históricos.
Mientras,
habrá que confiar en que sigan apareciendo emprendedores con vocación
romántica que mantengan encendida la luz de la cultura, desatendiendo
los consejos de los amigos, familiares, y asesores fiscales."
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